Mi hermanastra y yo nos escabullimos a la cocina, disfrutando del placer mutuo mientras cenamos nuestros padres.Nuestros cuerpos se entrelazan al alcanzar picos simultáneos, sin dejar lugar a culpabilidad ni inhibición.
En los acogedores confines de nuestra cocina, mi hermanastra y yo disfrutamos de un momento de soledad mientras nuestros padres cenan en otra habitación.Como el aroma tentador de las comidas caseras llena el aire, no podemos evitar sucumbir a las ganas primarias de placer.Nuestras manos encuentran su camino hacia nuestros cuerpos, explorando cada centímetro de piel con un fervor que solo la privacidad de nuestro secreto compartido puede encender.Nuestros dedos bailan sobre nuestra suave carne, rastreando cada curva y grieta con una facilidad practicada.La sensación es eléctrica, enviando escalofríos de anticipación atravesando nuestras venas. No eran unas niñas cualquiera; eran dos seres sensuales, perdidos en el apogeo de nuestro propio placer, ajenos al mundo exterior.Nuestros gemidos se mezclan con los estrangulamientos y clanes de la cocina, una sinfonía de éxtasis que sólo nosotros podemos apreciar.Llegamos al pináculo del placer, nuestros cuerpos temblando con la intensidad de nuestro clímax.Y al sumirnos en el resplandor, no podemos evitar preguntarnos si nuestros padres sospechan alguna vez de los placeres secretos que nos entregamos cuando no están alrededor.